Guatemala
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Negocios con “migrantes” ¿Apropiado o reprobable?

Para responder la pregunta del título planteo primero una aclaración idiomática. ¿Tenemos acaso una laguna etimológica cuando hablamos de quienes salieron hacia EE. UU.? Noto que a todos les llamamos igual: “migrantes”. E incluimos a dos grupos desiguales: Desde a quien sale hoy en situaciones precarias por la frontera, hasta a quien lleva ya tiempo, bien posicionado, en su ya país.

Esta homologación se ha generalizado, creando lo que considero una confusión. La enorme vulnerabilidad de los actuales peregrinos los convierte en merecedores de las máximas protecciones, sociales y estatales. Proponer negocios con ellos sería execrable. Pero, en ocasiones, esa necesidad de protección opaca confusamente las oportunidades que podríamos generar con el segundo grupo, con quienes a veces los situamos erradamente en una misma categoría. Así, se obstaculiza el que estos últimos sean servidos adecuadamente en los servicios que necesitan, que merecen, y que -además- pueden pagar. Y también se interpone en la oportunidad de que los más prosperados participen en proyectos que luego impacten en el desarrollo directo de los segmentos desde donde fueron expulsados.

A quienes llamamos “migrantes” son una población enorme, heterogénea e imposible de homologar. Pero el término se convirtió en una bandera política, repetidamente usada desde micrófonos populistas y paternalistas. La Cancillería se ha sumado a esta maraña. Recuerdo a un Canciller vociferar “no permitiré que hagan negocios con mis migrantes”, mientras daba un puño en la mesa. Hablaba de un caso reprensible en su propia estructura orgánica; pero sumaba a la confusión, extendiendo su reprimenda a quien quizás no lo merece. De pronto, quienes lucran criminalmente con aquellos que viven el máximo momento de vulnerabilidad de sus vidas, entran en la misma categoría de otros que abren oportunidades hacia un segmento que vive una prosperidad inédita en la historia entre estos dos países.

Ilustro el momento con una publicación de un reconocido diario hispano en Delaware, que anuncia plazas para limpieza de casas. El pago por hora de trabajo es de 25 a 30 dólares. Se dirigía principalmente a los miles de Tacanecos que se aposentan en una región que ahora llaman la Pequeña San Marcos, en el sur de ese Estado. Un cálculo con horario no extendido de 8 horas diarias, nos da que ese trabajador genera $4,620 mensuales. El equivalente a un salario de Q37 mil. Esa cantidad se duplica si su pareja conyugal genera lo mismo. Suficiente para ingresar en el segmento socioeconómico A guatemalteco, posible solo para el 1.5% de la población (Prodatos + Inspecciones Globales). El Departamento de trabajo por su parte señala un promedio de $837 semanales para cada trabajador hispano.

Como siempre, en los negocios con migrantes hay casos reprobables, pero también hay muchos apropiados y necesarios. Entre los primeros son notorias las organizaciones clandestinas, asociadas a políticos guatemaltecos, que se incrustan a alrededor de las sedes consulares. Aprovechando compadrazgos ilegales, ofrecen documentos de identidad, además con excesiva rentabilidad. Expulsan del mercado a profesionales legítimos, independientes de las estructuras irregulares. Gozan del aparente favor consular, pues logran colar citas por un precio. Abiertamente, anuncian sus servicios en redes sociales bajo ciencia y paciencia del Gobierno en el exterior. Este escenario ha creado innecesariamente un clima donde la palabra “negocio” sienta muy mal en una misma oración con el término “migrante”.

Los “migrantes” son tanto los ríos humanos que van vulnerables por México, hasta quienes aportan un monto en remesas que este año se acercará a $20 millardos. Hacer la diferencia entre los dos segmentos se hace apremiante para dar paso a la aceptación de oportunidades para quien no necesita de paternalismos, y también para aprovechar una oportunidad que se ve única en nuestra historia.